martes, 4 de mayo de 2010

Intervencionismo.


Mucho se habla de la cultura subvencionada, se dice que responde a los intereses e ideología de quien la subvenciona, pero se analiza muy poco la realidad circundante.

La perversión del lenguaje es tal que confunde los términos y así se define lo subvencionado como lo “mantenido”, en el más putanesco sentido de la palabra. Especialmente si se refiere al cine o el teatro, donde el mensaje suele ser mucho más explícito.

Antes de continuar, quiero dejar constancia de que no trato de hacer una defensa de la subvención ni una apología de la cultura subvencionada. Simplemente, dada mi experiencia, quiero transmitir una reflexión personal. No es verdad absoluta, ni siquiera relativa, es solo una opinión.

Desde mi modesto punto de vista, y refiriéndome al teatro, estoy convencido de que es en el ámbito de lo subvencionado donde se respira una mayor libertad y espíritu crítico. Curiosa paradoja, cuando el discurso reinante es el contrario, aquel que dice que “la taquilla os hará libres”.

Pienso que es obvio que la taquilla es mucho más acomodaticia, no hay más que ver el panorama actual. La programación a taquilla está llena de famosos y famosetes, repetición de fórmulas televisivas, lo que antes se llamaba humoristas y ahora se llama “monologuistas”, los cacareados musicales (importados y nacionales) y afortunadamente algo de danza y circo. No hay nada más. Bueno quizá me olvido de algún título de “alta comedia” (más de lo mismo desde hace más de 30 años), algún nada inquietante “Muñoz Seca” sobrado de años y polilla y .... Nada más.

Ese es el panorama “libre”, el no subvencionado.
Aunque mayoritariamente el teatro subvencionado tampoco inquieta más ni es más critico, sí es más proclive a la aparición de propuestas con vocación de ir más allá del mero entretenimiento. Quizá porque no depende de la taquilla, es decir de la popularidad, ni de la rentabilidad económica.

Sería muy largo entrar a discutir si el teatro debe ser algo más que un simple pasatiempos, pero baste recordar que si lo convertimos en eso, deberíamos hacer lo mismo con la literatura, principal fuente dramatúrgica del teatro y exigirle a otras artes como la pintura, la escultura o la fotografía, que contemplen sólo un aspecto estético, olvidando toda postura ética o crítica.

Por norma general, las subvenciones teatrales se dirigen a abaratar los costes de producción y exhibición de un espectáculo, esto permite hacer mejores espectáculos y hacerlos llegar a un mayor número de poblaciones. Pero también aquí aparece la perversión, que se muestra de formas distintas en función del capítulo subvencionado. Si se trata de la producción, la creencia general e interesada es la de que si recibo 4 me gasto uno y el resto se reparte entre los componentes de la Compañía con el fin de dar gusto y rienda suelta a los más bajos instintos consumistas, cuando la realidad es bien distinta. Que nosotros sepamos, y ya llevamos 20 años en esto, no existen en teatro las subvenciones a “fondo perdido”, eso quiere decir que todo lo que se recibe está fiscalizado (auditado) y justificado (factura a factura). Es más, si se recibe 4 es porque se han pedido 10, y no se trata de justificar lo recibido, se trata de justificar el coste total del proyecto, que fácilmente podría ser 20.

La otra modalidad, la que se refiere a la exhibición o gira de un espectáculo, incide directamente en el bolsillo del espectador. ¿Cómo si no es posible acudir a un espectáculo teatral por menos de lo que cuesta una entrada de cine o una copa?, ¿Cómo si no es posible que un espectáculo con “famoso/a” recale en una población con menos de 10.000 habitantes y para una sola función?. Por cierto, queremos tener al famoso/a en nuestro pueblo, tenemos derecho y si ha estado en el de al lado, ¿por qué no en el nuestro?. ¿Para qué vamos a pedir que los dos pueblos se pongan de acuerdo y no programen lo mismo aunque apenas estén a 5 kilómetros uno de otro?.

Y ya puestos, ¿no es más intervencionista que la propia subvención, aquel concejal o alcalde que decide lo que se puede o no se puede ver en su población en función de su criterio ideológico o de su rentabilidad política?, ¿acaso no resulta más intervensionista que la propia subvención el programador obligado a llenar su teatro para convencer a su alcalde o concejal de lo acertado de su gestión, aunque para ello se guíe únicamente por criterios de estricta comercialidad?.

¿No será que hemos olvidado el verdadero objetivo de la cultura?.

No. Creo que no. Porque el verdadero objetivo de la cultura, en este país y a día de hoy, es adocenar. Cambiar criterios sociales por económicos. Evitar que nos movamos de nuestra casa. Sospechar de los del pueblo de al lado. Y sobre todo, ser rentables, rentables y rentables. No vaya a ser que la banca gane menos.

Pero tranquilos, ya quedan menos subvenciones y los teatreros, que no tenemos derecho a paro, nos haremos humoristas (perdón he querido decir monologuistas) que es más barato y adocena más.

Por cierto, prometo hablar otro día de ese público mayoritario que no inquieta a los alcaldes y concejales, y de ese otro público dispuesto a no dejarse amaestrar y al que la programación se empeña en echar de los teatros.

Javier Esteban

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