viernes, 31 de julio de 2009

“Y digo yo, ¿qué necesidad?”


Todos los fundamentalismos se caracterizan por administrar una idea, una “palabra”, un “libro” o un discurso dando una sola interpretación, para ellos la única posible y convirtiendo esa “palabra”, idea, discurso o “libro” en el centro, motor y destino de la vida humana.

Para ello justifican la existencia de la vida y de todo cuanto nos rodea en base a una razón preexistente a la propia idea de vida. Fuimos, somos imaginados antes que creados. Siempre con un propósito subyugado a la voluntad suprema que nos creó. Es decir somos creados para ser esclavos, lo máximo a lo que podemos aspirar, nuestro premio es loar eternamente a nuestro hacedor, es decir fuimos hechos para ser esclavos de su ego.

El castigo por no cumplir las condiciones para alcanzar su dulce compañía en el más allá, suele ser joderte en el más acá, si es posible cruel y ejemplarmente mejor. Así mientras te ayudan a cruzar el umbral hacia otra existencia, aseguran la pervivencia de su administración, con sus funcionarios, intérpretes, agentes y mandatarios.

Es curioso lo nada democrático que es creer. No es un Sí o un No, es un Sí o Sí.

¿Para qué el libre albedrío si el fin es carecer de él, es decir aceptar libremente tu condición de esclavo ”loante”?. Cualquier ser superior inteligente capaz de generar existencia y con ganas de tener una corte de adoradores se la habría fabricado sin andarse con rodeos.

Elegir entre ser esclavo del bien o esclavo del mal. O sea, elegir entre ser esclavo o esclavo.

Si la cuestión es servir y uno debe encontrar en esa idea la máxima felicidad posible, ¿para qué sirve la idea de libertad?, ¿libertad es haber tomado la decisión “correcta”?. Yo en mi insípida ignorancia creía que libertad es tener la posibilidad de equivocarse, sobre todo cuando no hay pruebas palpables de lo que se supone único, veraz y correcto.

<<¡Coma caca!, miles de millones de moscas no pueden estar equivocadas>> (o sí).

Si no has sido obediente aquí, en el más “allí” te castigarán y además el castigo será eterno y sin posibilidad de redimir condena (por lo menos es así de momento).

¿En qué cuerpo o imagen sufrirás el castigo?, ¿duele, quema, desasosiega?. ¿Cual es nuestro físico o apariencia en el más allá?, ¿la que teníamos cuando cruzamos?, ¿nuestro mejor momento?, ¿ninguna por que somos una especie de luz?. No sé, creo que alguna pista tendrían que habernos dado, pero estas últimas disquisiciones sobre tiempo y forma las dejo para otro momento. Ahora, por si acaso, me voy a confesar.

Javier Esteban

jueves, 9 de julio de 2009

¡Cómo inquieta una mirada!


Hablo de la mirada que recibe un espectador. Inquieta ser descubierto mientras miras, ser incluido en la escena que contemplas sólo con una mirada. Esa mirada que dice sé que estás ahí, no modifica nada, no cambia nada, todo sucederá como debe suceder, como iba a suceder, pero yo, el actuante, sé que estás ahí, que me ves, que me oyes, que me juzgas y no haces nada. No quieres involucrarte, pero no puedes escapar, eres espectador de mi vida que forma parte de la tuya en el presente y hasta que me olvides.

Yo, el actuante, carezco de opciones. Debo seguir el hilo, mi destino está escrito. Tu tienes elección, mil posibles finales o principios. Si me miras estás perdido, aunque cierres los ojos, aunque te vayas, aunque te duermas, porque eso ya será un cambio en tu programa. Si te miro será peor, porque te delato, porque te obligo a actuar, aunque sea cerrando los ojos, marchándote o durmiendo. Si te miro actúas conmigo, aunque no hagas nada.

¡Es difícil ser un humano!. Hay que soportar la mirada.




Javier Esteban