martes, 15 de diciembre de 2009

Mytilus Edulis


Creo que algo fundamental que define la libertad es tener la posibilidad de elegir. En otros ámbitos a esto se le llama libre albedrio. Para poder elegir se han de tener al menos dos opciones o un sí y un no. Cada elección lleva aparejadas sus consecuencias. Al fin y al cabo toda nuestra vida se construye a base de elecciones, al menos en la parte del mundo en la que en general se pueden tener opciones. Por supuesto quiero incluir aquí la cierta y conocida máxima que dice “mi libertad termina donde empieza la de mi prójimo”. Así que creo que puedo afirmar que hasta aquí todos podemos estar de acuerdo.

El conocimiento genera opciones. De esto saben mucho los de las guerras, ya que según dicen ellos cuanto más conozcas a tu enemigo más fácil te será vencerlo.

También es cierto que hay quien piensa que es mejor no conocer, es más ni siquiera nombrar, afirmando con su actitud algo tan dudoso como “lo que no se nombra no existe”.

Y por supuesto están los que sin conocer nombran y juzgan.

Al final, estos dos últimos, carecen de libertad y en general abogan por negársela a los demás. Cosa que hacen apropiándose del término al decir que es “su conocimiento de la verdad absoluta lo que les hace realmente libres”. A mi esto siempre me ha sonado a falta de opciones y de curiosidad.

No entiendo muy bien por qué molesta que el otro elija una cosa distinta a la mía. Y tampoco entiendo por qué para convencer de mi verdad es necesario negar el conocimiento y la existencia de otra u otras. Igualmente incomprensible me resulta tener que asumir algo que me encontré preestablecido pero sobre lo que sin embargo tengo derecho a decidir.
A modo de ejemplo diré que puedo adorar la esbelta figura del mejillón y los inigualables brillos de su concha negra. Hacerme collares y camisetas, celebrar el día del mejillón, dar a conocer sus innumerables virtudes y convertirlo en el centro de mi existencia. Soy libre de hacerlo, pero no puedo imponer a nadie el culto a su figura porque siempre hay quien prefiere las almejas, que por otra parte también son muy ricas.

Así que en los espacios comunes me abstendré de colocar en omnipresecia al mejillón, porque son eso, comunes, de todos y de todas. Y no vale eso de que ese mejillón lleva ahí 58 años y no molesta a nadie. Pues no. No vale, porque cada vez que uno mira al frente te lo encuentras, porque situado por encima de la cabeza da la sensación de que te colocas bajo su mirada y eso impone, porque hay quien ignorando mi libertad me dice que ese mejillón me ama o que soy su hijo y esto último me inquieta muchísimo.

No es que me moleste el mejillón, es que hay más opciones y solo me publicitan esa.

Por cierto también es muy triste que en el cole solo te den la libertad de elegir entre el mejillón o la nada, como si las chirlas o las almejas no existieran y no fueran tan bonitas y antiguas como los mejillones, siendo como son de la misma familia, o sea, moluscos bivalvos.

Respeto pido además para quien no quiera degustar semejantes manjares marinos y se decida sólo por conocer sus pormenores biológicos y los ecosistemas en los que se encuentran o por excluirlos directamente de su dieta, que de todo hay.

Libertad no es creer, es elegir. Y que nadie se inquiete, ya cargaré yo con las consecuencias de mi elección.

Javier Esteban