martes, 16 de septiembre de 2008

Ayudas al teatro

La lista de sectores económicos que reciben subvenciones y ayudas del Estado es muy larga, tan larga como el número de sectores que existen.

Todas, absolutamente todas, las empresas de este país reciben, o pueden recibir, ayudas estatales.

Existen variadas formas de ayudas que van desde las subvenciones a infraestructuras o nuevos equipamientos hasta los famosos ICO (para los que el gobierno acaba de destinar 3.000 millones de euros en auxilio del sector inmobiliario)

En nuestra Comunidad son muy conocidas las ayudas a la agricultura y ganadería, las millonadas de los expedientes de regulación para evitar que una multinacional disminuya sus astronómicos porcentajes de beneficio o las subvenciones sospechosamente arbitrarias que reciben los que invierten en paneles solares.

Sí, todo esto es conocido. Sin embargo el concepto social que se tiene de estos sectores no es el de "subvencionados".

Nunca he visto a nadie plantear a un agricultor o a un directivo de una multinacional si sus respectivos sectores viven de las subvenciones. Las reciben, en cantidades millonarias, pero a nadie se le ocurre tildarles de "subvencionados". Para el conjunto de la sociedad son sectores productivos. Sectores necesarios que generan riqueza y empleo.

El teatro también conforma un sector económico. Pequeño, pero sector.

El teatro recibe subvenciones y ayudas específicas, si bien es cierto que no tanto por su importancia económica como por su trascendencia social y cultural.

Las ayudas que recibe el teatro son, en cantidad y proporción, muchísimo menores que las que recibe cualquier otro sector económico. Pero esto no nos libra del "San Benito" de "subvencionados". No hay entrevista, o comentario bienintencionado de curioso, que no deje caer la "preguntita" de marras sobre las subvenciones cada vez que el interlocutor es una persona que se dedica al teatro ¿Por qué? ¿Por qué el teatro carga con el concepto de subvencionado y los otros sectores no?

En mi opinión hay dos motivos.

El primero está relacionado con el desconocimiento mediático y social que existe.

Yo estoy convencido de que una gran mayoría de ciudadanos cree que las ayudas que reciben las empresas de teatro sirven para que unos cuantos vivamos del cuento a costa del erario publico haciendo ¡¡encima!! lo que más nos gusta.

Si alguien que lea esto se siente identificado con este pensamiento ha de saber que:

Las empresas de teatro, para recibir ayudas, tienen que justificar, mediante facturas, sueldos y gastos sociales, que se han gastado, como mínimo, el doble de lo percibido.

Con lo cual se hace obvio que recibir ayudas te obliga a asumir riesgos empresariales.

Sin estas ayudas las empresas tendrían que asumir el doble de riesgos y solo podrían amortizar sus montajes vendiéndolos al doble del caché.

Las ayudas posibilitan que los ayuntamientos, como titulares de la mayoría de los teatros, puedan contratar espectáculos a la mitad de coste y en consecuencia puedan ofrecer a sus ciudadanos teatro a precios asequibles.

Esto nos lleva a la conclusión de que este tipo de ayudas tienen como último y principal destinatario al ciudadano.

Si a esto añadimos que las ayudas suponen en torno a un 20 % de la facturación total de las empresas de teatro y que estas destinan más del 25 % de sus ingresos al pago de impuestos y gastos sociales nos encontramos con que damos más de lo que recibimos.

Existen mas datos económicos sobre nuestro sector que seguro sorprenderían a muchos pero exponerlos nos alejaría demasiado del tema central que aquí nos ocupa, sólo añadir que si nuestra sociedad estuviese mejor informada tomaría conciencia de que el teatro y las artes en general conforman un sector económico con un peso más que significativo.

El segundo motivo que, en mi opinión, nos cuelga el cartel de "subvencionados" es la propia naturaleza de nuestra actividad.

Para la sociedad, sectores como por ejemplo el de la agricultura o el del automóvil son necesarios. Necesarios porque sin ellos no podríamos alimentarnos o disfrutar de la comodidad que supone desplazarnos con rapidez. Es esta condición de necesarios la que les blinda contra el concepto de "subvencionados" por mucho dinero público que reciban. Pero el teatro ¿Para qué sirve? ¿Qué ventaja material aporta?

Nuestra sociedad es extremadamente materialista. En su escala de valores lo material ocupa un gran espacio. A una sociedad así le cuesta valorar y encontrar sentido a algo que no tiene como fin satisfacer sus necesidades materiales. El teatro y el arte en general no son necesarios para una gran parte de la ciudadanía. No es un producto que alimente nuestros estómagos o que nos aporte comodidades físicas. No lo necesitamos. Desde una perspectiva materialista es algo inútil, improductivo. De ahí que se califique despectivamente de subvencionado. No se comprende que se utilicen recursos públicos para algo que "no sirve para nada". Y si el teatro y el arte son innecesarios los que lo hacemos somos, por añadidura, inútiles.

La conducta de calificar peyorativamente al teatro como un sector que vive de las subvenciones esconde un cáncer social arraigado profundamente. Una metástasis materialista que nos consume y que no deja espacio para la reflexión, la critica, la emoción, la perspectiva poética…y demás cosas inútiles que sólo sirven para diferenciarnos de las bestias.

Carlos Tapia

jueves, 3 de julio de 2008

LA CUARTA PARED

“La cuarta pared...” Qué concepto tan extraordinario, ¿no?
La primera vez que lo oí, o leí, no recuerdo, pensé, “Ooooh, fascinante”.
Y no tenía ni idea de lo que significaba.
Sólo sabía que tenía que ver con el teatro, y por aquel entonces todo lo relacionado con El Teatro era fascinante.

Cuando descubrí a qué se refería dejó de parecerme tan misterioso y se convirtió en algo que volvía a mí de forma recurrente.
Porque, en cuanto a la puesta en escena, el Teatro para mí siempre había estado dividido en dos zonas. Una, del escenario para allá, y otra del escenario para acá. O sea. Actores allí arriba y público aquí abajo. Tan simple e ingenuo como eso. Por supuesto que era obvio que lo que pasaba en el escenario provocaba alguna reacción en el público. Pero esa era toda la relación entre uno y otro. Causa-Efecto.

Hasta que esa “Cuarta Pared” entró en escena. Entonces empezaron las preguntas: Un autor teatral, cuando crea, escribe o dirige, ¿en quién piensa? O, ¿en quién debe pensar? Incluso, más complicado aún, ¿hacia donde debe ir su pensamiento creativo? ¿Del escenario al público o del público al escenario? Y un actor, al subirse al escenario, ¿debe pensar en el público que tiene delante o debe olvidarse de todo lo que no sea su papel?
Y dado que se puede “romper” o “traspasar”, ¿se puede considerar al público la “cuarta pared” del escenario? ¿O es el muro que separa irremediablemente a uno y otro?
Quiero decir, que muchas veces ante una misma representación las opiniones de crítica y público no pueden ser más opuestas. Incluso en otras muchas ocasiones ni siquiera la opinión del director y/o actores de esa misma representación se acerca a una u otra.

Nunca estudié Arte Dramático, por lo que no sé cuál es la definición teórica y exacta de este concepto en las Escuelas de Teatro.
Mi relación con el teatro casi siempre fue de lectora y público. Supongo que de ahí esa dicotomía de la que hablaba antes. Escenario y público. Blanco y negro.
Está claro que son todas las tonalidades de gris las que dan sentido y forma algo tan subjetivo y abstracto como es, en principio y por principio, el hecho teatral.

A lo mejor es sólo una cuestión de puntos de vista, o de modos de vida. No sé. Porque acabo de darme cuenta, releyendo lo anterior (“del escenario para allá y del escenario para acá” / “Actores allí arriba y público aquí abajo”) de que, a pesar de todo, sigo considerándome esencialmente público. Aquí abajo. Y de que disfruto enormemente de lo que ocurre allí arriba.
Susana Cepa

martes, 24 de junio de 2008

EMPRESA Y ARTE

Yo soy actor por vocación y empresario por necesidad.

Me apasiona el arte dramático. Tanto que un día, hace ya veinte años, tome la decisión de intentar vivir por y de este arte. Tomar esta decisión hace cuatro lustros fue difícil. Con esto no quiero decir que ahora resulte fácil, pero puedo asegurar que las circunstancias han cambiado bastante (dejémoslo en eso) en estas dos últimas décadas.

La persona que hace veinte, treinta o cincuenta años quería ser actor en CyL podía tomar un camino que aún hoy en día sigue abierto: emigrar. Se daba por hecho incuestionable que sólo se podía ser actor profesional en Madrid o a lo sumo en Barcelona, nunca en “provincias”. En la década de los ochenta y principios de los noventa se dan dos circunstancias que modifican esta realidad: la creación de escuelas de Arte Dramático ajenas a Madrid y Barcelona y el nuevo papel que asumen ayuntamientos y comunidades autónomas como compradores potenciales de productos teatrales.

Desconozco con que objetivo se crearon estas nuevas escuelas de “provincias” pero me animo a aventurar que en el ánimo de los que tuvieron aquella responsabilidad predominaba la idea de que estas escuelas sirviesen fundamentalmente para una primera formación antes de dar el salto a Madrid. Objetivo que se ha visto cumplido, no sé si en peor o mejor medida, con el éxito, incuestionable, que han obtenido en Madrid alguno de los/as actores y actrices formados en nuestras escuelas de “provincias” y especialmente, es de justicia reconocerlo, en la de Valladolid, que este fin de semana cerraba sus puertas para no abrirlas más. Desde aquí mi más sentido reconocimiento y agradecimiento para esta emblemática escuela.

Con lo que no creo que contasen (de nuevo me aventuro), quienes diseñaron estas escuelas, es que algunos de sus alumnos se negasen a emigrar optando, en cambio, por desarrollar el oficio que habían elegido en su propia casa. La única forma que encontramos, quienes tomamos este camino, de poder vivir de lo que amábamos fue montando empresas. Empresas que nacieron alimentadas por la incipiente demanda de productos teatrales que demandaban las instituciones municipales y autonómicas.

He necesitado de esta larga exposición para poder volver a mi punto de partida: “Soy actor por vocación y empresario por necesidad”.

Como actor vocacional me siento estrechamente comprometido con la dimensión artística de nuestro oficio. Entiendo nuestro oficio como una forma de ARTE y entiendo que nuestros esfuerzos en la creación tienen que estar siempre enfocados hacia la consecución de la excelencia artística. Ahora bien, conviene matizar esto de excelencia artística para no perdernos en abstracciones onanistas, porque por muy artistas que queramos ser no debemos olvidar nuestra principal condición: la de simples CÓMICOS.

Como empresario por necesidad estoy estrechamente comprometido con una facturación mínima que nos permita mantener a flote a este monstruo insaciable que no para de exigir recursos que llevarse a la boca.

Ante estas dos realidades surge una inevitable pregunta: ¿Pueden convivir dos conceptos como ARTE y EMPRESA?

Definitivamente...Sí. Al menos en mi opinión.

Tengo la impresión (posiblemente también aventurada) de que se tiende a pensar que son dos conceptos encontrados, imposibles de conciliar. Yo no lo creo así. La empresa y el arte pueden convivir, “sólo” es necesario encontrar el equilibrio que lo permita.

CARLOS TAPIA

jueves, 12 de junio de 2008

ARTES DE CALLE


Todavía está caliente en nuestras retinas el reciente TAC (Teatro y Artes de Calle de Valladolid) y de entre las muchas reflexiones que siempre suscitan este tipo de eventos hay una que, este año y al menos desde mi percepción, más se ha sentido: ¿Teatro de calle o teatro en la calle?

Primero me gustaría dejar clara mi posición al respecto.

Para mí, teatro de calle es aquel teatro planteado y diseñado para su exhibición exclusiva en la calle. Un teatro que por estructura y planteamiento sería imposible de mostrar en salas.

Teatro en la calle sería todo aquel que para mostrarse utiliza recursos y planteamientos del teatro de sala o de interior. Que, de forma evidente, lo podríamos ver tanto en espacios abiertos como en teatros.

Así de simple.

Otra cosa, no tan simple, sería definir que estructuras y planteamientos son los mejores y más adecuados para la calle o, lo que sería más complejo todavía (y que más afecta al "ser o no ser" del TAC), que propuestas de calle merecen entrar dentro del calificativo de "artes de calle".

El concepto "Arte" es de una gran ambigüedad y está sujeto, como pocos, a los criterios (o incluso fobias y caprichos) subjetivos de cada cual. Por esto considero que un festival de la importancia y magnitud que tiene el TAC debe basarse en criterios artísticos lo suficientemente (no confundir con infinitamente) flexibles y amplios como para que se vean reflejadas el mayor número posible de opiniones subjetivas sobre lo que es arte de calle. Con esto no pretendo justificar "el todo vale" sino que todos, empezando por los responsables de la programación, pasando por los profesionales y terminando por el público, debemos respetar y entender que existen propuestas teatrales que pueden no ajustarse a nuestro criterio subjetivo de lo que es arte pero que, por otro lado, pueden conmover y emocionar a otros cuyos criterios son tan válidos como distintos de los nuestros.

CARLOS TAPIA