martes, 15 de diciembre de 2009

Mytilus Edulis


Creo que algo fundamental que define la libertad es tener la posibilidad de elegir. En otros ámbitos a esto se le llama libre albedrio. Para poder elegir se han de tener al menos dos opciones o un sí y un no. Cada elección lleva aparejadas sus consecuencias. Al fin y al cabo toda nuestra vida se construye a base de elecciones, al menos en la parte del mundo en la que en general se pueden tener opciones. Por supuesto quiero incluir aquí la cierta y conocida máxima que dice “mi libertad termina donde empieza la de mi prójimo”. Así que creo que puedo afirmar que hasta aquí todos podemos estar de acuerdo.

El conocimiento genera opciones. De esto saben mucho los de las guerras, ya que según dicen ellos cuanto más conozcas a tu enemigo más fácil te será vencerlo.

También es cierto que hay quien piensa que es mejor no conocer, es más ni siquiera nombrar, afirmando con su actitud algo tan dudoso como “lo que no se nombra no existe”.

Y por supuesto están los que sin conocer nombran y juzgan.

Al final, estos dos últimos, carecen de libertad y en general abogan por negársela a los demás. Cosa que hacen apropiándose del término al decir que es “su conocimiento de la verdad absoluta lo que les hace realmente libres”. A mi esto siempre me ha sonado a falta de opciones y de curiosidad.

No entiendo muy bien por qué molesta que el otro elija una cosa distinta a la mía. Y tampoco entiendo por qué para convencer de mi verdad es necesario negar el conocimiento y la existencia de otra u otras. Igualmente incomprensible me resulta tener que asumir algo que me encontré preestablecido pero sobre lo que sin embargo tengo derecho a decidir.
A modo de ejemplo diré que puedo adorar la esbelta figura del mejillón y los inigualables brillos de su concha negra. Hacerme collares y camisetas, celebrar el día del mejillón, dar a conocer sus innumerables virtudes y convertirlo en el centro de mi existencia. Soy libre de hacerlo, pero no puedo imponer a nadie el culto a su figura porque siempre hay quien prefiere las almejas, que por otra parte también son muy ricas.

Así que en los espacios comunes me abstendré de colocar en omnipresecia al mejillón, porque son eso, comunes, de todos y de todas. Y no vale eso de que ese mejillón lleva ahí 58 años y no molesta a nadie. Pues no. No vale, porque cada vez que uno mira al frente te lo encuentras, porque situado por encima de la cabeza da la sensación de que te colocas bajo su mirada y eso impone, porque hay quien ignorando mi libertad me dice que ese mejillón me ama o que soy su hijo y esto último me inquieta muchísimo.

No es que me moleste el mejillón, es que hay más opciones y solo me publicitan esa.

Por cierto también es muy triste que en el cole solo te den la libertad de elegir entre el mejillón o la nada, como si las chirlas o las almejas no existieran y no fueran tan bonitas y antiguas como los mejillones, siendo como son de la misma familia, o sea, moluscos bivalvos.

Respeto pido además para quien no quiera degustar semejantes manjares marinos y se decida sólo por conocer sus pormenores biológicos y los ecosistemas en los que se encuentran o por excluirlos directamente de su dieta, que de todo hay.

Libertad no es creer, es elegir. Y que nadie se inquiete, ya cargaré yo con las consecuencias de mi elección.

Javier Esteban

jueves, 26 de noviembre de 2009

¡Qué mundo, señor-es y señoras!


Realmente vivimos en un mundo en el que el miedo se utiliza para discriminar, dominar y aplastar, pero desde tiempos inmemoriales... Era el tema de nuestro Giordano y lo más preocupante es que este hombre vivió en el s. XVI, nosotros estrenamos el espectáculo en 2003 y ahora mismo sigue estando de absoluta actualidad. Evolucionamos mucho como especie, sobre todo en lo que a economía se refiere, y afortunadamente también hemos evolucionado mucho en lo referente al pensamiento lo que pasa es que eso, en el día a día, no se ve mucho. En el aspecto económico sí, al menos si tienes la inmensa suerte de vivir en el primer mundo, si vives en los otros submundos colindantes la evolución económica se nota pero por el abismo inmenso que día a día se abre más profundamente y que te separa radicalmente del llamado "bienestar.

El pensamiento ha evolucionado efectivamente pero a pesar de ello seguimos con los mismos miedos y la misma mentalidad inmovilista desde hace siglos, lo que ocurre es que lo disfrazamos de modernidad. La religión, todas las religiones sin excepción alguna, sigue haciendo estragos en nuestras conciencias adormecidas y aunque la historia de nuestro planeta debería ser suficientemente aleccionadora como para desterrar de una vez por todas la ficción y separarla de la realidad del ser humano, con toda su grandeza y toda su miseria, nos seguimos agarrando al "por si acaso" y seguimos bautizando y haciendo comulgar con ruedas de molino a nuestr@s hij@s" mientras cerca de nosotros agonizan l@s hij@s de otros ciudadanos del mundo cuyo mayor temor es tener que cubrir de tierra la vida que engendraron antes siquiera de que hayan podido asomarse a la belleza de este mundo, que eso sí que tiene que dar miedo y llenarte de angustia, pero de la de verdad, no de esta angustia que nos hemos fabricado nosotros y que se pasa con Prozac o unas buenas vacaciones. O la de los niños que viven absolutamente solos, abandonados a su suerte y a merced de los depredadores varios que caen sobre ellos como plagas.

Pero no importa porque ahí está la cercana Navidad, que nos hará sentirnos a todos mejores personas si llamamos a un programa de la tele y donamos 50 ó 100 €uros en la mega gala de turno que hace ganar millones y millones a las compañías teléfonicas, o hacemos llegar a los niños "más desfavorecidos" los juguetes que ya no nos caben en la habitación de nuestr@s hij@s porque hay que hacer sitio a la nueva tanda que se avecina, o llevamos los zapatos que ya no usamos al Corte Inglés para que los envíen a África (que ya que nos hemos acercado hasta allí para llevar los zapatos usados aprovecho para comprar...).

Si fuéramos capaces de quitarnos de encima el peso de la tradición, de los miedos heredados, de los prejucios, del rechazo a todo lo que no podemos comprender... vamos, si realmente dejaramos que la evolución del pensamiento entrara en nosotros y como única religión tuviéramos el respeto a los demás y el tratar que al menos nuestro pequeño mundo, nuestro entorno más inmediato, fuera un poco mejor, si nos empleásemos cada uno de nosotros a fondo para hacer de este mundo un lugar mejor del que hemos heredado... quizá fuera posible no necesitar un paraíso ficticio pero.... ¡el miedo...!

Antes (ahora también pero menos) se discriminaba a los negros, ahora hay otros "negros". Ahora mismo para algunas personas lo peor es ser gay... así que... y ser mujer en muchos países y cerrando un poco más el círculo, en algunas familias, no es precisamente un chollo. Lo realmente terrible, y además no tiene remedio y la educación no te salva, porque ni siquiera tienes acceso a ella, es ser pobre y con esta mierda de crisis que en palabras de Saramago "es un atentado contra la humanidad", cada vez el abismo es más insalvable porque además se tiene miedo al contagio ( la pobreza, la homosexualidad... se contagian)


No te digo nada si eres pobre y mujer, o pobre y niñ@... ¡Para qué queremos fabricarnos un infierno ficticio si el de verdad habita cerca de nosotros y lo construímos entre tod@s!


Merceces Asenjo

jueves, 29 de octubre de 2009

El Cenit del Pincho


Hay días en los que el ánimo se te revuelve desde primeras horas de la mañana. Esos días es mejor no llevarme la contraria. O sea, que no lo hagas.

Esta revolución anímica viene a cuento de la constatación de lo poco o nada que les interesa a nuestros próceres, curas incluidos, que abramos un poco nuestras mentecatas mentes.

Es bochornoso ver como unos y otros , políticos y curas, se esfuerzan en crear “bancos de piedra al sol” para jubilados (ellos, la hombría con sus cosas masculinas) y talleres de macramé o recuperación del bolillo para las jubiladas (ellas, pegadas a sus labores como siempre), mientras a todos los demás (infancia incluida) nos despachan la modernez contemporánea vestida de “pincho” (o tapa, que también recibe ese nombre).

Lo más moderno y contemporáneo que se puede hacer en esta “jodida” (porque estamos bien jodidos) ciudad, es ir de pinchos. Que si el de las Ferias, que si el de la Seminci, que si el Colombino, que si el del Concurso Nacional, que si para “noséqué” acto, evento o cosa vamos a hacer “noséqué” pincho, tapa, postre o plato, en fin, que siempre hay un pincho para un descosido, ¿o era un roto?.

Nos gobiernan, instigan y dirigen desde el pasado para mantener su presente impidiendo nuestro futuro. *(¡Pedazo de frase! Y esta sí que es mia.)

Se trabajan su jubilación para que sea igual que las del presente pero con más pasta. Somos el puñetero geriátrico cultural de Europa y lo peor es que nos empeñamos en seguir siéndolo. Se cercena cualquier intento de asentar en nuestra cultura un atisbo de contemporaneidad. Sólo se soporta aquella, consensuada por curas y políticos, que no contraviene sus intereses. Nos niegan la mayor, soportan la evolución pero solo la asumen cuando no queda más remedio, cuando es inevitable o sirve a sus intereses.

Pertenezco a una generación cabreada, tengo más de cuarenta, una generación ahogada, sojuzgada por “el respeto a sus mayores”, aunque en su inmensa mayoría estos sean una generación inculta, analfabeta, sin horizontes, con la juventud, la educación y la infancia perdidas por culpa de una puta guerra y un yugo de más 40 años. Una o dos generaciones a las que hicieron creer que ir de romería y bailar pasodobles era el colmo de la diversión y la exaltación cultural. “¿Pa qué saber más?”. En aquellos años el resto del mundo crecía, incluso el que estaba más cerca, pero era mejor encerrarse y no preguntar porque “pa eso semos los mejores”. Lo malo además es que parte de esa generación convenientemente domesticada por el miedo, dirige nuestros destinos y presume de tener criterio a pesar de carecer de ciencia.

Y así estamos, igual que entonces. Porque toda esa generación, toda esa pobre gente son mayoría y además en general votan aquello que no les inquieta, es decir los bancos al sol y la muy necesaria recuperación de las artes del bolillo y el bordado, que a la vez son inspiración para el pincho titulado "Banco de morcilla al sol de la lumbre de carbón, con encaje de bolillo de caramelo de azafrán crujiente, sobre sirope de setas con sabor de antaño". Todo un referente cultural y por supuesto el cénit de una cultura lanzada más allá del siglo XXI.

“Castilla y León, Tierra de Sabor” (a rancio).

Javier Esteban

viernes, 31 de julio de 2009

“Y digo yo, ¿qué necesidad?”


Todos los fundamentalismos se caracterizan por administrar una idea, una “palabra”, un “libro” o un discurso dando una sola interpretación, para ellos la única posible y convirtiendo esa “palabra”, idea, discurso o “libro” en el centro, motor y destino de la vida humana.

Para ello justifican la existencia de la vida y de todo cuanto nos rodea en base a una razón preexistente a la propia idea de vida. Fuimos, somos imaginados antes que creados. Siempre con un propósito subyugado a la voluntad suprema que nos creó. Es decir somos creados para ser esclavos, lo máximo a lo que podemos aspirar, nuestro premio es loar eternamente a nuestro hacedor, es decir fuimos hechos para ser esclavos de su ego.

El castigo por no cumplir las condiciones para alcanzar su dulce compañía en el más allá, suele ser joderte en el más acá, si es posible cruel y ejemplarmente mejor. Así mientras te ayudan a cruzar el umbral hacia otra existencia, aseguran la pervivencia de su administración, con sus funcionarios, intérpretes, agentes y mandatarios.

Es curioso lo nada democrático que es creer. No es un Sí o un No, es un Sí o Sí.

¿Para qué el libre albedrío si el fin es carecer de él, es decir aceptar libremente tu condición de esclavo ”loante”?. Cualquier ser superior inteligente capaz de generar existencia y con ganas de tener una corte de adoradores se la habría fabricado sin andarse con rodeos.

Elegir entre ser esclavo del bien o esclavo del mal. O sea, elegir entre ser esclavo o esclavo.

Si la cuestión es servir y uno debe encontrar en esa idea la máxima felicidad posible, ¿para qué sirve la idea de libertad?, ¿libertad es haber tomado la decisión “correcta”?. Yo en mi insípida ignorancia creía que libertad es tener la posibilidad de equivocarse, sobre todo cuando no hay pruebas palpables de lo que se supone único, veraz y correcto.

<<¡Coma caca!, miles de millones de moscas no pueden estar equivocadas>> (o sí).

Si no has sido obediente aquí, en el más “allí” te castigarán y además el castigo será eterno y sin posibilidad de redimir condena (por lo menos es así de momento).

¿En qué cuerpo o imagen sufrirás el castigo?, ¿duele, quema, desasosiega?. ¿Cual es nuestro físico o apariencia en el más allá?, ¿la que teníamos cuando cruzamos?, ¿nuestro mejor momento?, ¿ninguna por que somos una especie de luz?. No sé, creo que alguna pista tendrían que habernos dado, pero estas últimas disquisiciones sobre tiempo y forma las dejo para otro momento. Ahora, por si acaso, me voy a confesar.

Javier Esteban

jueves, 9 de julio de 2009

¡Cómo inquieta una mirada!


Hablo de la mirada que recibe un espectador. Inquieta ser descubierto mientras miras, ser incluido en la escena que contemplas sólo con una mirada. Esa mirada que dice sé que estás ahí, no modifica nada, no cambia nada, todo sucederá como debe suceder, como iba a suceder, pero yo, el actuante, sé que estás ahí, que me ves, que me oyes, que me juzgas y no haces nada. No quieres involucrarte, pero no puedes escapar, eres espectador de mi vida que forma parte de la tuya en el presente y hasta que me olvides.

Yo, el actuante, carezco de opciones. Debo seguir el hilo, mi destino está escrito. Tu tienes elección, mil posibles finales o principios. Si me miras estás perdido, aunque cierres los ojos, aunque te vayas, aunque te duermas, porque eso ya será un cambio en tu programa. Si te miro será peor, porque te delato, porque te obligo a actuar, aunque sea cerrando los ojos, marchándote o durmiendo. Si te miro actúas conmigo, aunque no hagas nada.

¡Es difícil ser un humano!. Hay que soportar la mirada.




Javier Esteban

lunes, 15 de junio de 2009

PERSONAJES PERSONALES


Es muy fácil construir un personaje, aunque esta aseveración vaya en contra de mi propio trabajo. Todos construimos un personaje en uno o en otro momento. A algunos el personaje nos acompaña toda la vida, otros arrastramos a la mediana edad a nuestro personaje de la adolescencia e incluso de la infancia. Otros no tenemos alter ego hasta bien cumplidos los 40 o nos lo importamos al entrar al mundo profesional, al familiar, al social....

A veces el personaje no vive siempre con nosotros, a veces sólo existe en algunos ámbitos o sólo ante determinadas personas. En ocasiones sólo sirve para una vez. Pero siempre, nuestros personajes, dejan rastro.

Insisto en que lo más difícil no es hacerse un personaje. Es fácil dotarlo de lo que no tenemos, convertirlo en lo que quisiéramos ser y sentirnos muy a gusto en su piel, aunque disguste a los otros.

Lo realmente complicado es deshacerse de él. Limpiarse, desvestirse, liberarse. Tendemos a proteger nuestro personaje con un montón de razones lógicas, lo cuidamos de las agresiones del entorno haciéndonos fuertes dentro. Practicamos la simbiosis sin darnos cuenta de que al final nos fagocita, se adueña de nosotros haciéndonos sentir a gusto en esa piel prestada que nos acoge y protege. Nos engaña.

Descomponerlo, salir, ese es el reto. Encontrar el quién somos en realidad, objetivamente, sólo en función de nosotros mismos, sin aderezos ni posturas, honestamente, puros. Esta es la verdadera y gigantesca dificultad.

En el teatro como en la vida, hay que desnudarse primero para poder cambiar el vestuario, aunque lo que interpretemos sea una suma del que somos más otro. Y es curioso, pero con el personaje que componemos sumando el “yo” y el “él” se identificarán más personas cuanto más desnudos y verdaderos sean ambos.

Mi Hamlet debo ser yo, no yo siendo Hamlet. No estoy hablando de teatro, es una cuestión de empatía, de buscar las sensaciones del si yo fuera la vida de otro. Mi piel en la piel de otro sin dejar de ser la mía, sin dejar de ser yo aun no siendo yo. Sólo así se puede distinguir entre el ser y el personaje. Sólo así uno se puede querer.

Y no hablo de teatro.


Javier Esteban

martes, 5 de mayo de 2009

El Comediante


Se acerca el TAC, Festival Internacional de Teatro y Artes de Calle de Valladolid. Y no sé la razón pero esta mañana, bajo la ducha, me he acordado del símbolo que lo representa en forma de trofeo, la reproducción de la escultura “El Comediante” de Eduardo Cuadrado.

Quizá halla sido el agua que me llevó al paraguas o la preocupación por la falta de “bolos” lo que me ha hecho pensar en su figura. Así, cabizbajo, con la máscara al hombro y la humedad en los huesos, con la maleta al costado y hacia ninguna parte.

¡Vaya duchas que se toma este tío!, pensará el lector o la lectora. Y es normal que lo piense, pero ¿qué le voy a hacer yo si la ducha me resulta lugar propicio para el “onanismo mental”?.

Pues eso, que me he acordado de él acordándome de mi. Y como cosa rara, yo que soy de natural pesimista y dado a la melancolía, yo que suelo complacerme en el regodeo “romántico-melancólico” de la pose del cómico como un viajero errante en busca de....(que cada cual ponga aquí lo que le parezca), yo que compartía esa visión poético-tópica e incluso me identificaba con ella aunque el resto del mundo no me identifique a mi, he tenido un ataque de optimismo. Sí, sí. Como está leyendo. Un autentico y genial ataque de optimismo.

Y de nuevo pensará el lector o lectora: ¡Vaya duchas que se toma este tío!. ¿Qué tipo de gel usará?. ¡Con la que está cayendo!.

Y me he preguntado ¿por qué ese cómico no echa el paraguas a un lado, vuelve la cara hacia la lluvia y se alegra de recibirla en el rostro?, ¿por qué no abre los brazos y grita que está vivo?, a lo Gene Kelly en “Cantando bajo la lluvia”, ¿por qué no juega con su máscara en vez de cargar con ella?, ¿por qué lo poético ha de ser triste, melancólico?.

¡Joder!, ¿de verdad hay que sufrir para ser artista?. Si no sufres, ¿no lo eres?.

Se me hace un nudo en el estómago ante la falta de actuaciones, me atraganto cuando pienso en lo innecesarios que nos hacen parecer los políticos, me descompongo cuando se usa titiritero o payaso como un insulto, me salen sarpullidos cuando se dice que vivimos de las subvenciones y casi llego al desmayo cuando oigo que el teatro sólo debe servir para entretener. (¡Coño!, acabo de darme cuenta de por qué está triste el comediante).

Bueno, recuperando el tono de mi sobrevenido optimismo, diré que estoy contento de ser cómico, comediante, titiritero, payaso, teatrero, hijo de... Talía, etc... Estoy contento de poder comunicar, de iluminar palabras, de convertir gestos humanos en poesía, de jugar con las sensaciones y los sentimientos, de reivindicarme como hermano de mis semejantes, en definitiva de tener un oficio que, como dice Kapeck, revive la fe en el ser humano, que reparte afecto y conocimiento, que invita a compartir aliento, tiempo y espacio.

Todo eso también es ser cómico, aunque creo que todo eso no tiene “pose o postura”. No sé si se puede convertir en escultura o en símbolo-trofeo de un festival. Pero sé que es más verdad y más vivo que la imagen triste y abandonada de ese cómico. Lo digo a pesar del “hambre” (vamos, que no cobro) y a pesar de la angustia que produce pensar en lo prescindibles que somos frente a una crisis. Lo digo a pesar de la falta de reconocimiento alguno durante más de veinte años de profesión (que no de aficción), lo digo a pesar de menosprecios y aburridos paternalismos, lo digo a pesar del provincianismo endémico que nos rodea, a pesar de la desconsideración y la ignorancia, de galicismos, anglicismos y madridismos, lo digo a pesar de todo. Por eso creo que ha tenido que ser un ataque de optimismo o algo peor.

Prescindiré de la ducha por algún tiempo, no sea que mi ataque empeore y creyéndome algo que no soy aproveche mi trabajo (el poco que hay) para hablar de temas comprometidos o para utilizar la sátira y la crítica.

Además. Tengo miedo de que alguien se de cuenta y grite: ¡Eh!, ¡Aquí hay un cómico y está vivo!, ¡Vivo!.

Cualquiera sabe lo que puede pasar.


Javier Esteban

martes, 14 de abril de 2009

El espíritu peinado


Acabo de tener una experiencia mística. He ido a la peluquería, me he cortado el pelo, mejor dicho, me han recortado la escasa pelambre que circunda mi desnuda coronilla, le han dado apariencia cuidada e higiénica.

Durante esta ceremonia en la que he experimentado sensaciones que van desde la regresión a la extracorporalidad, también he tenido tiempo para la profunda meditación interior ayudado por el ronco y monótono mantra de los secadores de pelo, el olor casi de incienso de la laca y el retablo de imágenes del Hola.

Soy ateo y alopécico. Estas dos cualidades se unen en un todo espiritual y sensual. Las dos arraigan en la profundidad de mi ser de forma absolutamente natural, partiendo de mis propios genes, de mi propia condición humana y se muestran al mundo en su esplendor, sin adornos, sin alharacas, pero con absoluta claridad. Soy abanderado de mi ateismo alopécico.

Por más que rece, mi pelo no crecerá. Por más clara que sea mi tonsura, no creeré. Ambas condiciones guardan un carácter intrínseco, se complementan y necesitan. Fondo y forma van unidos configurando un todo: YO.

Ha sido breve mi permanencia en el templo capilar (Peluquería Unisex Mayte), apenas media hora, pero vivida con profundidad y clarificación.

El tiempo, incluida la espera, transcurría despacio, el amoniaco de los tintes adormecía mi conciencia y la cacofónica melodía de secadores y señoras me aislaba del exterior. Me sentía protegido, inmerso en el seno. La peluquera (Mayte) ejercía de sacerdotisa. Movimientos repetidos, pero siempre nuevos, agradables, disfrutados.

Primero el bautismo, las abluciones en el lavadero. El agua limpia de temperatura agradable, las manos expertas desenredando suavemente el cabello bajo el líquido elemento, la pregunta ceremonial -¿está bien así?-, la repuesta mecánica y necesaria -muy bien maja-. Después la unción, el champú en la cantidad justa, las suaves fricciones llenas de espuma hasta alcanzar el punto del adormecimiento, primer paso hacia una consciencia interior. Después el aclarado y el despertar con la cabeza envuelta en los esponjosos rizos de una toalla con olor a fragante suavizante de Carrefour.

De nuevo en pie, preparado para la investidura del poncho granate que oculta el verdadero contorno de mi cuerpo y potencia en extremo las auténticas dimensiones de mi cabeza, soy invitado a dirigirme a mi trono temporal, flanqueado por otros dos como por los ladrones de una vieja leyenda. Aposentado frente a mi imagen multiplicada, frente al espejo desde fuera de mi mismo, me descubro reinando sobre el templo, formando parte de él, como la figura principal de un retablo.

Mayte la sacerdotisa, sabia entre las sabias, pregunta suave y firmemente: -¿cómo siempre?-. Yo solo tengo que asentir y así todo transcurre según una antigua tradición que indefectiblemente me cambiará por fuera y por dentro.

No hay dolor, sólo paz. Unas manos rápidas y seguras, su contacto entre maternal y sensual en la cabeza, las tijeras con su rítmico chas-chas, la afilada navaja y su corte al filo del degüello. No hay miedo, estoy entregado, lo que ha de ser, será.

-¡Ya está!, ¿qué te parece?-. El sacrificio ha terminado, los restos se esparcen sobre mi manto y alcanzan el suelo, algunos se cuelan por el cuello de mi camisa llegando a mi espalda. Serán durante unas horas el recordatorio del que era y el que ahora soy. Parte de mi ha sucumbido para que renazca en otro siendo el mismo. Sólo hay parecido entre el que sale y el que entró.

Aún falta la última ablución, la que limpiará los restos más evidentes de lo que fue sacrificado. Es más rápida, menos intensa, más breve. Una preparación para volver a la vida. El beso de una madre al hijo que se va al colegio, el de la amante que dice –ahora tengo que irme-.

Vuelta al trono, ahora menos digno, sin manto. Unción gomosa, colocación capilar y una última multiplicación en el espejo. Después: -¿qué te doy?-. Yo lo sé perfectamente, pero lo pregunto. -Ocho euros- contesta la oficiante y con una gran sonrisa espera pacientemente a que me ponga el abrigo y le entregue mi dádiva.

Con la fórmula de rigor, -¡adiós, buenos días!-, salgo al mundo y una ola de frescor vivificante recorre mi cabeza aún cargada de sensaciones y perezosa para percibir el mundo real.
Esta mañana he cambiado. Me he aceptado como soy, soy bello en mi imperfección y el mundo también lo es a mi alrededor. Volveré como un feliz feligrés, por lo menos una vez al mes.

Javier Esteban

viernes, 3 de abril de 2009

TUNNING


No soy anticatólico, soy ateo. No soy agnóstico o no practicante, simplemente soy ateo. Es decir, lisa y llanamente carezco de creencias religiosas. O sea, que vengo con lo puesto, con lo que traemos de serie ya que nacemos sin fe o creencia alguna, igual que sin conocimientos, cultura o ciencia alguna, aunque sí con instintos primarios dedicados a nuestra supervivencia como individuo y especie.

Después cada uno se hace o le hacen el “tunning” correspondiente y se añaden extras al motor y chasis originales. Algunos de estos extras se producen en serie, obteniendo una ingente cantidad de carrocerías similares con muy pequeñas variaciones, normalmente sólo de tono en la intensidad del color.

Ante tal explosión de mayoritaria igualdad, la tendencia natural inclina a hacer pensar que la mayoría ha acertado en la colocación de sus accesorios y se produce la urgente necesidad de carrozarse según la tendencia general para no distinguirse del resto, siempre, claro está, en función de las posibilidades económicas de cada cual. No hay que olvidar que solamente una cadena de talleres está autorizada para los trabajos de chapa y pintura necesarios y en general saben adaptarse a todos los bolsillos aunque obviamente los resultados no son siempre igual de satisfactorios.

Lo mejor es comenzar en cuanto se sale de fábrica, poco a poco, para que el esfuerzo “tuneador” sea efectivo y luzca en todo su esplendor al terminar el rodaje inicial.

El problema no es el tunning en si, el problema es la falta de talleres autorizados y homologados, lo que obliga a los usuarios a realizar todas las inspecciones periódicas (bautizos, catequesis, comuniones, más catequesis, confirmaciones, otra catequesis, bodas, alguna catequesis más, bodas de plata, bodas de oro y carrozado final –funerales-) en la misma cadena, generando así una cierta sensación de uniformidad. En economía esto se llama monopolio.

Durante una semana al año, más o menos, el mundo del tunning pasea ante todo el mundo sus mejores carrozados, ellos los llaman “pasos”, expresión máxima de su estética y, según ellos, de su espíritu e ideario. Puntualmente se reúnen en otras citas a lo largo del año, (el mundo del tunning es muy inquieto), pero es esta semana que no tiene fecha fija (la decide el comité organizador cuya sede está en Roma) la que concita más expectación y reune más seguidores.

Ante la presión de algunos sectores sociales contrarios a la práctica del tunning (de todo hay), de algunos empresarios que representan otras marcas con mayor implantación en otros países, pero que ya dejan ver sus franquicias en algunas de nuestras ciudades y de aquellos que reivindican la libre elección de talleres y la liberalización de precios, la Red Oficial de Concesionarios (no confundir con confesionarios) observa con estupor la falta de extras en algunos modelos o la escandalosa ostentación de extras no homologados por la tradición que portan algunos descarriados generalmente procedentes del extranjero.

Ante tal situación, viendo la posible pérdida de su concesión y la falta de clientes en sus talleres, han decidido rescatar la antigua práctica del victimismo y una vuelta a la ética-estética “retro”. De esta manera pretende la marca recuperar una clientela que prefiere adquirir sus accesorios comparando entre productos similares, aunque estos sean foráneos, además de convencer a aquellos que prefieren no calzarse alerón alguno.

Como todos sabemos, economía y política van siempre de la mano, por lo que no le faltarán a la marca eminentes próceres que le ayuden a salir de la crisis en que se encuentra, invitando a la ciudadanía a vestir el tradicional tunning patrio dando ejemplo de su utilidad y duración.

Javier Esteban

Posdata: Ahí van dos pensamientos que no son míos, pero ya me gustaría.

When thinking changes your mind, that´s philosophy.
(Cuando las ideas cambian tu mente, eso es filosofía)
When God changes your mind, thats´s faith.
(Cuando Dios cambia tu mente, eso es fe)
When facts change your mind, that´s science.
(Cuando los hechos cambian tu mente, eso es ciencia)
-The Reality Club-

“¿Saben ustedes?, cuanto más grande es la idea en que se cree, tanto mayor resulta el encarnizamiento y el desprecio que se experimenta hacia los que no quieren creer en ella. Y no obstante, la mayor fe consistiría en creer en el hombre”.
(Karel Capek en “La fábrica de Absoluto)

martes, 24 de marzo de 2009

De Agosto a Marzo


Creemos que hay cosas que suceden una sola vez en la vida y además tendemos a pensar que son buenas. Eso es lo que nos gusta creer.

Todo lo bueno y lo malo nos puede pasar o no y no tiene porque ser única la ocasión.

Del duelo solo su forma se hace colectiva no su fondo. Usamos la forma para mostrar u ocultar el fondo y juzgamos, somos juzgados, según ese escaparate.

Algunas ausencias marcan mi vida, ponen un hito en mi tiempo. Hay otras que aun no son, pero que también serán señales en mi tiempo restante.

¿Y yo, también seré señal en alguna vida?.

No es fácil renacer. Hay culpa en ello. Eres culpable de no haberte ido, de no haber dejado el sitio. Eres culpable de olvidar que no te fuiste, de olvidar a los que sí se han ido. Es una culpabilidad de la que sólo te protegen la clausura y el destierro. Convertirte en un recuerdo compasivo que mitigue la verdad de que a pesar de todo la vida sigue, los días no se paran y existen más sentimientos que los propios.

¿Por qué el dolor necesita forma y visibilidad?, ¿por qué amplificarlo, abanderarlo, nos hace más humanos y merecedores de comprensión?.

En la escala de lo que importa, ¿por qué tanto valor la postura, la ceremonia, y tan poco la escucha y la verdad?.

Si ya es triste la tristeza, ¿por qué manosearla en un mentidero?.

No es fácil renacer y aún lo es menos donde fuiste conocido. A todos les debes algo, eso dicen las miradas y aún cuando no te conocían y no los conoces te juzgan, aprietan y ahogan.

Donde pusiste valor, ellos pusieron descaro. Donde había contención, encontraron indolencia. Cambiaron empuje por arribismo y cortesía por oportunidad. Convirtieron tu verdad en una estrategia y fallaron sentencia. Culpable.

Que fácil unirse al rebaño doliente si participas en señalar un culpable.

Ya está, ya soy uno más. No debo temer. Que todo el mundo vea que a mi también me duele, más que a nadie si ello es posible. Ya formo parte del coro, una coral que canta más preocupada por la melodía que por la letra. Ya me puedo tranquilizar, todos me van a ver, formo parte de la ceremonia colectiva.

Por eso no es fácil renacer. El renacido aprende. Nacer dos veces es aprender dos veces, es una suma no una sustitución. El renacido sabe que todo puede ocurrir dos veces, incluso morir.

Javier Esteban

lunes, 16 de marzo de 2009

Delirio Goyesco


La cosa creativa (perdón por mi falta de profundidad al definir el sublime impulso que emergiendo del yo interior, y a través del talento, es guiado al exterior mediante una manifestación y/o expresión plástica, visual, sonora, literaria, conceptual o corporal) se está convirtiendo, para mi, en un cenagal.

Me encuentro con el difícil equilibrio entre “lo que es artístico y lo que es comercial”, el compromiso y el mercado, la investigación y el mercado, la supervivencia y el mercado, la sobreproducción y el mercado, la crisis y el mercado, la vida y el mercado,...

Después está el público. Se dice que ese ente orgánico formado por muchas mentes distintas e individuales, con distintas reacciones, circunstancias y educación, siempre cambiante, ideológicamente inestable, socialmente plural y supuestamente manejable al que nos empeñamos en tratar como un colectivo unitario igual a los bancos de sardinas que reaccionan al unísono en sus evoluciones marinas, está más por la labor del “circo” que del “pan”. Entendamos por el primero el puro entretenimiento y por el segundo, lo que contribuye a alimentar nuestra “criticointelectoespiritualidad”.

Hacer teatro se asemeja cada vez más a la creación de un nuevo caramelo. Envoltorio atractivo, marca de confianza y trayectoria, empaquetado en cantidad suficiente para que sin ser molesto podamos llevar varios en el bolsillo a un coste que consideremos mínimo, con un fuerte carácter novedoso y especial, incluso exótico, algo que distinga a quien lo consume. Y en cuanto al sabor, ni tan nuevo que asuste probarlo ni tan clásico que no apetezca, no demasiado dulce para no empalagar y con un toque ácido, audaz, convenientemente suavizado para no sesgar demasiado el perfil de consumidor. Imprescindible contar con presencia en televisión.

-ESCENA-

(Sobre el escenario se reproduce la imagen del grabado de Goya titulado “El sueño de la razón produce monstruos”, las Voces se representan con rostros monstruosos que surgen de la oscuridad, la Voz Interior es representada por un actor que parece vivir una pesadilla. Por lo demás, el director tiene libertad absoluta para desarrollar la escena).

Voz 1 - ¡Haz lo que quieras y no te preocupes de lo que piensen los demás!.

Voz interior - No puedo. Todo el mundo se cree con derecho a decirme lo que tengo que hacer, lo que debería haber hecho y como debería haberlo hecho, pero ninguno de ellos arriesga nada.

Voz 2 - ¿No tienes compromiso?, ¡Lo importante es el arte!.

Voz interior – Lo importante es no morir en el intento. Soy poca cucaracha para tanto zapato.

Voz 3 –Te falta experiencia y conocimiento.

Voz interior – A ti te sobran frustraciones y padrinos.

Voz 4 - ..... ¡Este chico!

Voz interior - ¿Chico?, si ya tengo 44 años.

Voz 5 – Eres un “paniaguado”. Vives de la subvención.

Voz interior – Justifico hasta lo que no tengo. Mis cuentas son auditadas públicamente y no existe eso de “a fondo perdido” como en los partidos políticos.

Voz 6 – A los políticos no les gustan esos temas.

Voz interior - ¿Y al público?.... ¡Ah!, que ya piensan por él.
Por cierto, ¿no tenía que ser un técnico el que programa en función de un proyecto y en base al interés cultural y/o social de la obra?.

Voz 7 – Tienes que aprender de los grandes. Jamás tendrás lo que ellos tienen.

Voz interior – ¿Oportunidades?, ¿Facilidades?, ¿Confianza?, ¿Presupuestos?, ¿Apoyos?, ¿Educación?, ¿Reconocimiento?.... Yo no sé si tengo talento para ser grande, mediano o pequeño, pero sí sé que nunca lo reconocerías, nunca lo pondrías fácil. Nací aquí, nací estigmatizado.

...

(La escena puede continuar tanto tiempo como lo estime el director, es irresoluble, no conduce a ninguna parte y solo terminará con la muerte de la Voz Interior).

FIN

Javier Esteban

lunes, 9 de marzo de 2009

Numerología


Las matemáticas son exactas, o eso parece, y últimamente me tienen sorprendido los números, las cifras y los porcentajes.

Los números son eternos e infinitos. Aun sin alma un 4 es un 4 desde el principio hasta el final de los tiempos y el 4 ya existía antes de que hubiera nadie que supiera contar 4 flores, 4 patos, 4 planetas, 4 microbios, 4 galaxias, etc... Además, “El Creador” lo hizo todo en un número determinado de días y con una determinada y concreta cantidad de individuos. Después lanzó aquello de creced y multiplicaos (exponencialmente supongo que quiso decir), que es una máxima matemática de aquí te espero. ¿A que da que pensar?.

Pero lo que me sorprende ahora no es la inexplicable naturaleza existencial de los números, (para eso ya estoy tomando pastillas), sino la fútil y sacrílega utilización que de ellos se hace. Se utilizan para la inmediatez, para que nos comamos con los ojos desorbitados por el número de cifras a la derecha o por la ausencia de estas lo incomible, para justificar lo injustificable, incluso para medir conceptos abstractos inabarcables numéricamente, (una manifestación artística, la conciencia regional, la (in) satisfacción, la (in) felicidad, etc...).

Ahora, es cuando arrimo el ascua a mi sardina (el teatro) y entramos en detalles más concretos.

Leí en varios periódicos del 16 de junio pasado (ya hace muchos meses, pero no he podido olvidarlo), una información firmada por la agencia Efe que tenía el siguiente titular: “180.000 personas asistieron a los espectáculos del Festival de las Artes”, se refería al de Salamanca. Ahí es nada, ciento ochenta mil personas. Sorprendente ¿no?. Curiosa manera de medir el éxito.

Me explicaré. La población salmantina según el censo del año 2000, era de 156.006 ciudadanos. Pese a que en los últimos años la población de nuestra región ha descendido de forma continua, voy a pensar que Salamanca la ha duplicado es decir que actualmente hay 312.012 habitantes censados, con optimismo sumemos 100.000 estudiantes y otros 100.000 turistas. Cifra total 512.012 almas en Salamanca durante la celebración del Festival. Por si acaso y para redondear, pongamos 600.000 personas (¿habrá alojamiento para tantos?). Es decir que en ese caso algo menos de una tercera parte de las personas que se encontraban la ciudad, 180.000, asistieron a los espectáculos. Casi 1 de cada 3 ciudadanos.

Tal cantidad está pero que muy bien, no solo para una ciudad como Salamanca, sino incluso para Madrid, Barcelona o Nueva York. Pero para llegar a ese casi tercio, hay que descontar a unas cuantas miles de personas que por edad, condición física, capacidad económica, horario laboral, ocupaciones varias o simple desinterés no presenciaron ninguna representación.

El titular dice “180.000 personas”, es decir, individuos individuales. Porque espectadores, 180.000 espectadores, puede haberlos ya que una persona puede ser espectador de varios espectáculos (no al mismo tiempo se entiende). Es decir si yo comprara entradas para cuatro espectáculos podría ser cuatro espectadores o cuatro veces espectador, pero solo puedo ser una persona.

A mi no me salen las cuentas, aunque eso ya lo sabía porque yo soy más de letras.

Oiga, con tal cantidad de personas viendo teatro cómo es posible que se diga que es un arte en crisis.

Javier Esteban

jueves, 19 de febrero de 2009

Ante el Telediario

Siempre he buscado el lado más humano de las noticias. He intentando comprender lo incomprensible, racionalizar los impulsos emocionales que afloran y que se supone alimentan mi trabajo. He intentado empatizar con todas las partes, incluso con el lado más oscuro, para aprender, asimilar e intentar responder las preguntas que se me agolpan.

Trato de despejar la compasión, pero no puedo.

Sí puedo con el odio o el asco, pero reconozco que es porque lo que veo está lejos, no me rodea, no toca a nadie a mi alrededor.

Pero no puedo con el dolor, con el sufrimiento, con la imagen de la desolación, con las gargantas arrasadas de llanto y desesperación. No puedo con los niños dolidos, desprotegidos, muertos, con mirada de adulto, con sus manitas sucias, vacías, sin caricias, sin calor. Me hunde y ni siquiera viene la rabia a salvarme.

He visto lo que ahora llaman “los rostros de la crisis”. Casos particulares con problemas particulares. Y me he descubierto escudriñando caras y actitudes para saber si hay algo que los haga distintos, predispuestos a la desgracia y merecedores de su destino. Y lo he hecho para separarme, para convencerme de que soy distinto y a mi no me pasará. Para convencerme de que mi altura e inteligencia van a ponerme a salvo de la crisis y sus consecuencias. Como si tener una determinada fisonomía predispusiera a la catástrofe.

Me he descubierto en un acto ególatra y egoísta. He sido más consciente que nunca de lo blando que es mi sofá y lo duro que es el suelo, sobre todo para los otros, para todos ellos, para los que quisieran ser yo, para los que sueñan una vida como la mía y seguramente la merecen más que yo.

Acongojado, se me humedecen los ojos y me acuesto pensando en todo ello. Pero duermo, no descanso pero duermo. Y por la mañana todo sigue igual y yo sigo igual, me acongojo, me emociono, pienso y sigo igual. No hago nada, no cambio nada. Voy por la vida de tío concienciado y comprometido, pero no cambio nada. Algunas migajas, un niño apadrinado, que si socio de cruz roja, que si alguna “oenege”, de bulto en alguna manifestación, alguna declaración “comprometida”,...

Y digo yo, ¿qué sentido tiene hacer teatro?, ¿para qué sirve?, ¿a quién salva?. Sobre todo eso, a quién salva excepto a nosotros mismos, a los que vivimos del arte que es esa cosa vacía y honda que nadie sabe definir y tan solo calma el ánimo de los que ya tienen otros ánimos más básicos (comida y abrigo) calmados.

En fin, con todo esto ¿qué coño hacemos aquí?.

Javier Esteban