jueves, 19 de febrero de 2009

Ante el Telediario

Siempre he buscado el lado más humano de las noticias. He intentando comprender lo incomprensible, racionalizar los impulsos emocionales que afloran y que se supone alimentan mi trabajo. He intentado empatizar con todas las partes, incluso con el lado más oscuro, para aprender, asimilar e intentar responder las preguntas que se me agolpan.

Trato de despejar la compasión, pero no puedo.

Sí puedo con el odio o el asco, pero reconozco que es porque lo que veo está lejos, no me rodea, no toca a nadie a mi alrededor.

Pero no puedo con el dolor, con el sufrimiento, con la imagen de la desolación, con las gargantas arrasadas de llanto y desesperación. No puedo con los niños dolidos, desprotegidos, muertos, con mirada de adulto, con sus manitas sucias, vacías, sin caricias, sin calor. Me hunde y ni siquiera viene la rabia a salvarme.

He visto lo que ahora llaman “los rostros de la crisis”. Casos particulares con problemas particulares. Y me he descubierto escudriñando caras y actitudes para saber si hay algo que los haga distintos, predispuestos a la desgracia y merecedores de su destino. Y lo he hecho para separarme, para convencerme de que soy distinto y a mi no me pasará. Para convencerme de que mi altura e inteligencia van a ponerme a salvo de la crisis y sus consecuencias. Como si tener una determinada fisonomía predispusiera a la catástrofe.

Me he descubierto en un acto ególatra y egoísta. He sido más consciente que nunca de lo blando que es mi sofá y lo duro que es el suelo, sobre todo para los otros, para todos ellos, para los que quisieran ser yo, para los que sueñan una vida como la mía y seguramente la merecen más que yo.

Acongojado, se me humedecen los ojos y me acuesto pensando en todo ello. Pero duermo, no descanso pero duermo. Y por la mañana todo sigue igual y yo sigo igual, me acongojo, me emociono, pienso y sigo igual. No hago nada, no cambio nada. Voy por la vida de tío concienciado y comprometido, pero no cambio nada. Algunas migajas, un niño apadrinado, que si socio de cruz roja, que si alguna “oenege”, de bulto en alguna manifestación, alguna declaración “comprometida”,...

Y digo yo, ¿qué sentido tiene hacer teatro?, ¿para qué sirve?, ¿a quién salva?. Sobre todo eso, a quién salva excepto a nosotros mismos, a los que vivimos del arte que es esa cosa vacía y honda que nadie sabe definir y tan solo calma el ánimo de los que ya tienen otros ánimos más básicos (comida y abrigo) calmados.

En fin, con todo esto ¿qué coño hacemos aquí?.

Javier Esteban