Yo soy actor por vocación y empresario por necesidad. Me apasiona el arte dramático. Tanto que un día, hace ya veinte años, tome la decisión de intentar vivir por y de este arte. Tomar esta decisión hace cuatro lustros fue difícil. Con esto no quiero decir que ahora resulte fácil, pero puedo asegurar que las circunstancias han cambiado bastante (dejémoslo en eso) en estas dos últimas décadas.
La persona que hace veinte, treinta o cincuenta años quería ser actor en CyL podía tomar un camino que aún hoy en día sigue abierto: emigrar. Se daba por hecho incuestionable que sólo se podía ser actor profesional en Madrid o a lo sumo en Barcelona, nunca en “provincias”. En la década de los ochenta y principios de los noventa se dan dos circunstancias que modifican esta realidad: la creación de escuelas de Arte Dramático ajenas a Madrid y Barcelona y el nuevo papel que asumen ayuntamientos y comunidades autónomas como compradores potenciales de productos teatrales.
Desconozco con que objetivo se crearon estas nuevas escuelas de “provincias” pero me animo a aventurar que en el ánimo de los que tuvieron aquella responsabilidad predominaba la idea de que estas escuelas sirviesen fundamentalmente para una primera formación antes de dar el salto a Madrid. Objetivo que se ha visto cumplido, no sé si en peor o mejor medida, con el éxito, incuestionable, que han obtenido en Madrid alguno de los/as actores y actrices formados en nuestras escuelas de “provincias” y especialmente, es de justicia reconocerlo, en la de Valladolid, que este fin de semana cerraba sus puertas para no abrirlas más. Desde aquí mi más sentido reconocimiento y agradecimiento para esta emblemática escuela.
Con lo que no creo que contasen (de nuevo me aventuro), quienes diseñaron estas escuelas, es que algunos de sus alumnos se negasen a emigrar optando, en cambio, por desarrollar el oficio que habían elegido en su propia casa. La única forma que encontramos, quienes tomamos este camino, de poder vivir de lo que amábamos fue montando empresas. Empresas que nacieron alimentadas por la incipiente demanda de productos teatrales que demandaban las instituciones municipales y autonómicas.
He necesitado de esta larga exposición para poder volver a mi punto de partida: “Soy actor por vocación y empresario por necesidad”.
Como actor vocacional me siento estrechamente comprometido con la dimensión artística de nuestro oficio. Entiendo nuestro oficio como una forma de ARTE y entiendo que nuestros esfuerzos en la creación tienen que estar siempre enfocados hacia la consecución de la excelencia artística. Ahora bien, conviene matizar esto de excelencia artística para no perdernos en abstracciones onanistas, porque por muy artistas que queramos ser no debemos olvidar nuestra principal condición: la de simples CÓMICOS.
Como empresario por necesidad estoy estrechamente comprometido con una facturación mínima que nos permita mantener a flote a este monstruo insaciable que no para de exigir recursos que llevarse a la boca.
Ante estas dos realidades surge una inevitable pregunta: ¿Pueden convivir dos conceptos como ARTE y EMPRESA?
Definitivamente...Sí. Al menos en mi opinión.
Tengo la impresión (posiblemente también aventurada) de que se tiende a pensar que son dos conceptos encontrados, imposibles de conciliar. Yo no lo creo así. La empresa y el arte pueden convivir, “sólo” es necesario encontrar el equilibrio que lo permita.
CARLOS TAPIA